Ella solo atinó a estirar un poco su mano, hasta alcanzar una de sus mejillas que a gritos pedían algo. El, casi mudo, pudo apenas levantar su mirada para corresponder esa mano que le desató el alma. No era la primera vez que sus miradas se cruzaban así, parecía magia. Se habían contado casi las mismas historias, donde sufrían de desamores interesantes, donde padecían soledades acompañadas por gente normal, esa normalidad que no los entendió nunca. Sinceramente, era la imagen más pasional que nunca había visto, sus labios se entendían sin siquiera tocarse, sin siquiera moverse. Apenas levantó la mirada, supo que no iba a poder volver atrás, ella lo había llenado de paz y solo pensaba en no soltarla nunca más, o petrificarse en ese instante, para que nada pudiera volver a herirlos, a ninguno de los dos. Tomó sus manos y con ellas rodeó su cuello, y con las suyas la tomó de la cintura para seguir de cerca cada uno de sus movimientos. No sé cuanto tiempo pasaron así, pero parecían no necesitar nada más, parecían querer vivir así hasta el último de sus días. Inmoviles, atónitos y casi enamorados del aire que se respiraba en ese cuadro, ella quiso hablar y el con una de sus manos se lo impidió, aunque le respondió; “Estás mal acostumbrándome, estás paralizandome, estás revolucionandome” – “Las costumbres pueden corromperse, la parálisis se solucionará cuando te hayas ido, pero siempre fui una revolucionaria, las revoluciones siempre me llenaron, la revolución la empezaste vos, estamos juntos en esa a partir de ahora”
Sin palabras.
ResponderEliminarHermoso